domingo, 7 de octubre de 2012

UN OTOÑO EN presente

Como cada tarde, salimos a pasear Ringo (mi perro) y yo. Un mismo paseo que se repite, un día tras otro. Antes de que anochezca, salimos. Siempre el mismo recorrido. Atravesamos una calle, y tras ésta, otra y otra, hasta llegar a la cuarta, donde como de costumbre giramos a la izquierda, para avanzar en línea recta, paralelos a la costa. Ando pensativa, centrada en “mis asuntos”. Pensamientos inconexos. “Tengo que leer aquel texto de Bartolomé de las Casas, mañana temprano iré al banco, he de prepararme la coreografía de baile para el martes, debo pasar por la secretaría de la facultad”- pienso en voz alta. Voy caminando organizando en mi cabeza la agenda de la semana. ¡Es cierto, llevo a Ringo!, pero éste va unido a mí mediante una correa. Me puedo distraer. Ringo ya va a mi lado, guiándome por dónde hemos de ir. Ya sabe el camino. Olfatea sin parar, y se detiene en los mismos lugares, porque sabe que allí vive un perro con su dueño, o porque antes que nosotros suelen pasar los mismos perros, las mismas personas.

Pero de repente, algo me llama la atención. Un chico, bastante joven, baja de un todoterreno. Deja las llaves puestas en el coche, el motor encendido. Parece que busca algo en concreto. Se detiene, se agacha y… recoge una hoja de un árbol platanero que cayó al suelo. Se levanta, anda unos pasos más allá, y de nuevo, se agacha y recoge más hojas. Son hojas inmensas, preciosas. Me doy cuenta de que me he quedado parada en medio de la calle, observando a ese muchacho. De nuevo reanudo mi marcha. Pero esta vez de un modo distinto. De repente, empiezo a oler el intenso aroma de los árboles, de las hojas caídas al suelo, de la naturaleza en contacto con el mar. Me animo y decido indagar por nuevos lugares. Ya no giro calle abajo para regresar a casa, voy en sentido contrario. Esta vez, la gran risotada de un niño pequeño me llama la atención. A lo lejos, corre una madre. Su hijo la persigue. Juegan inocentemente al “pilla-pilla”. ¡Qué gozo veo en sus ojos! Me contagio de su alegría y empiezo a trotar alegremente con Ringo.

Ese paseo que podía haber sido como cualquier otro, aburrido y repetido, se convierte en una nueva y grata experiencia. Me doy cuenta de que todo cambió en el momento en que dejé de prestar atención a mis pensamientos y empecé a observar aquello que estaba ocurriendo a mi alrededor.

Me apetece saborear aún más la vida, ¿y a ti?

Celia Quílez.

1 comentario:

  1. Cuando nos olvidamos del yo, de lo habitual, de lo mundano y nos damos cuenta de lo que nos rodea, siempre queremos ir un pasito más allá.

    No deja de ser un comportamiento muy humano :)

    Xavi

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