Como cada tarde, salimos a pasear Ringo (mi perro) y yo. Un mismo
paseo que se repite, un día tras otro. Antes de que anochezca, salimos. Siempre
el mismo recorrido. Atravesamos una calle, y tras ésta, otra y otra, hasta
llegar a la cuarta, donde como de costumbre giramos a la izquierda, para
avanzar en línea recta, paralelos a la costa. Ando pensativa, centrada en “mis
asuntos”. Pensamientos inconexos. “Tengo que leer aquel texto de Bartolomé de
las Casas, mañana temprano iré al banco, he de prepararme la coreografía de
baile para el martes, debo pasar por la secretaría de la facultad”- pienso en
voz alta. Voy caminando organizando en mi cabeza la agenda de la semana. ¡Es
cierto, llevo a Ringo!, pero éste va unido a mí mediante una correa. Me puedo
distraer. Ringo ya va a mi lado, guiándome por dónde hemos de ir. Ya sabe el
camino. Olfatea sin parar, y se detiene en los mismos lugares, porque sabe que
allí vive un perro con su dueño, o porque antes que nosotros suelen pasar los
mismos perros, las mismas personas.
Pero de repente, algo me llama la atención. Un chico, bastante
joven, baja de un todoterreno. Deja las llaves puestas en el coche, el motor
encendido. Parece que busca algo en concreto. Se detiene, se agacha y… recoge
una hoja de un árbol platanero que cayó al suelo. Se levanta, anda unos pasos
más allá, y de nuevo, se agacha y recoge más hojas. Son hojas inmensas,
preciosas. Me doy cuenta de que me he quedado parada en medio de la calle,
observando a ese muchacho. De nuevo reanudo mi marcha. Pero esta vez de un modo
distinto. De repente, empiezo a oler el intenso aroma de los árboles, de las
hojas caídas al suelo, de la naturaleza
en contacto con el mar. Me animo y decido indagar por nuevos lugares. Ya no
giro calle abajo para regresar a casa, voy en sentido contrario. Esta vez, la
gran risotada de un niño pequeño me llama la atención. A lo lejos, corre una
madre. Su hijo la persigue. Juegan inocentemente al “pilla-pilla”. ¡Qué gozo
veo en sus ojos! Me contagio de su alegría y empiezo a trotar alegremente con
Ringo.
Ese paseo que podía haber sido como cualquier otro, aburrido y
repetido, se convierte en una nueva y grata experiencia. Me doy cuenta de que
todo cambió en el momento en que dejé de prestar atención a mis pensamientos y
empecé a observar aquello que estaba ocurriendo a mi alrededor.
Me apetece saborear aún más la vida, ¿y a ti?
Celia Quílez.
Cuando nos olvidamos del yo, de lo habitual, de lo mundano y nos damos cuenta de lo que nos rodea, siempre queremos ir un pasito más allá.
ResponderEliminarNo deja de ser un comportamiento muy humano :)
Xavi