Hace poco
que se acaba de publicar mi primer libro “El Universo está en ti”. Desde que lo
escribiera hasta su publicación final ha pasado cierto tiempo. No puedo
definirlo como mucho o poco, simplemente decir que las cosas suceden cuando
tiene que suceder. Como seres humanos, a menudo, nos esforzamos
desesperadamente para que las cosas ocurran de un modo muy concreto. Repetimos el mismo ciclo: nos creamos
expectativas, y cuando no se cumplen, nos frustramos. El problema se
agudiza cuando no permitimos que esas emociones, o esas expectativas de algo
mejor, salgan de nuestro interior. Nos sentimos dolidos con la vida, sin saber
muy bien por qué –al menos conscientemente-. ¿Y cómo se expresa ese dolor oculto?
Con una enfermedad.
Me inicié en
el mundo de la escritura por intuición. No fue algo planificado. En mis sueños se
empezó a repetir la misma escena. Me veía escribiendo en una sala, rodeada de
velas naranjas sin encender. Me sentaba y empezaba a escribir. Y de repente, las
velas se encendían. La oscuridad del lugar se desvanecía. Luz, mucha luz
–recuerdo-. Y de la ficción (el inconsciente) pasé a la realidad (el consciente).
Me convertir en un recolector de ideas
andante. De aquí para allá, escribiendo, tomando notas. Fue una experiencia
de los más dulce y emotiva. Y sigo haciendo eso, cada día, cada día que
pasa…escribo algo nuevo, pues ya no hay un primer libro, pero sí un segundo. “¿Para
cuándo el tercero?” En eso estoy.
Una vez
finalizado ese proceso de escritura, me adentré en otro tan excitante como el
primero, aunque de un modo distinto. Envié manuscritos a varias editoriales. Un
día, y el siguiente, y el otro, miraba desesperada mi correo electrónico,
“nadie me había respondido”. Así pasaron los meses. Pero al final, el cuento terminó con un final feliz.
Encontré un editor, y mi libro se materializó. ¡Qué bello! Pero ahora estoy
experimentando un nuevo reto: promocionar el libro. Es como un cuento de nunca
acabar. Y eso está bien. Aunque reconozco que tengo miedo. ¿Por qué?
Hace tiempo
que no escribía en este blog, y no porque no tuviera tiempo. Cuando realmente
quieres o sientes que tienes que hacer algo, el tiempo se puede dilatar o contraer
a tu antojo. Nos excusamos diciendo que no tenemos tiempo. Nos protegemos
porque emprender algo nuevo, dar un paso hacia lo desconocido, nos da miedo. Yo
tenía miedo. “¿Qué puedo escribir en el blog?”- me repetía.
Muchas veces
he sentido que existen varias personas dentro de mí. Puedo convivir con esas
distintas caras. Se sustentan gracias a la certeza de que la finalidad en esta
vida es dar amor y ser un instrumento de paz, pero a su vez, para cada una de
mis caras las creencias son distintas, contrapuestas, chocantes y confusas.
¿Qué quiero decir?
Escribo y me
doy cuenta que ya no sirve lo que dije. Mi pensamiento cambia a cada paso que
doy. Salgo bastante agitada de las clases de literatura y psicología de la
universidad. Me seducen las palabras de Clarice Lispector, de Joseph Roth, de
Zigmunt Bauman y de Freud, especialmente las de éste último.
Y luego
viene ese momento, ese momento en el que llego a casa. Me descalzo y alcanzo de
la estantería de arriba un libro de filosofía
positiva, o como algunos llaman, de “autoayuda” (utilizar esta palabra para
designar libros de filosofía y pensamientos positivos ha hecho mucho daño,
porque ha convertido en libros “fáciles” y “despreciados” grandes obras sobre
el pensamiento humano). Y en estos
libros, sean complejos o no, encuentro paz, mucha paz. Me refugio en ellos.
Son dos
caras de una misma persona, de mí misma. Y de repente caigo. Estoy en el suelo,
estirada boca arriba. Y aquí y sólo aquí, vuelvo a soñar con velas naranjas que
se encienden cuando permito que mi ser vibre de gratitud. ¿Por qué busco lo
complejo? Me acuerdo de lo que una pariente lejana hacía con los pensamientos
destructivos. A cada paso que daba la oías espetar: “Zas, zas…fuera de aquí”.
Ahora me oigo a mí misma repitiendo sus palabras. ¿Servirán de algo? A ello, yo
añadiría un profundo análisis en nuestras creencias…¿qué creencias?
celia quilez