Nuestro cuerpo es un reflejo de nuestra alma. Vivimos infinidad de
cosas en nuestro día a día, que nos emocionan, llenándonos de alegría, pero
también pueden alterarnos y generarnos estrés. Hay personas que tienen la
capacidad de expresar en el acto aquello que sienten. Si se enfadan, lo
demuestran. Si se sienten angustiadas por algo, lo expresan. Pero no todos
somos así. Es cierto que, no hay “prototipos” de personas. Todos podemos ser
extrovertidos e introvertidos, según el momento y la situación ante la que nos
encontremos. Lo importante es saber qué ocurre cuando no expresamos aquello que
sentimos, guardándolo en nuestro interior. Cuando uno está enfadado, tampoco
hace falta que grite, perdiéndole el respeto a los demás. Pero, sí debemos ser
conscientes de nuestras emociones. Reconocerlas, aceptarlas, y dejarlas
marchar. Cuando reconoces, comprendes. ¿Y si escondemos lo que sentimos? Y no
sólo ante los demás, sino ante nosotros. ¿Qué ocurre? Nuestro cuerpo nos
delata. Nos avisa de que algo anda mal en nuestro interior. Y no se tendría que
ver como un fastidio, sino como una oportunidad.
Desde siempre, mis piernas y mis pies se han resentido cuando he
sido incoherente con lo que pensaba y sentía, guardándomelo dentro de mí,
escondiéndolo. Hace ocho años, tuve un accidente mientras montaba a caballo. El
pobre animal, se asustó, resbaló, y caímos los dos al suelo, aplastándome el
pie. Me costó mucho tiempo recuperarme. Creí que jamás volvería a andar bien.
Me tambaleaba al andar. No podía apoyar bien el pie derecho. Nunca he vuelto a
tener un accidente tan grave, pero sí pequeñas lesiones “de advertencia”. Me he
roto ligamentos, he tenido sobrecargas musculares, y últimamente, la parte
superior de mis piernas se ha resentido, dificultándome el andar. Además de
limitarme en mi caminar, me he sentido dolida por no poder bailar. ¿Por qué
ocurre todo esto en mí? Cada vez que siento miedo hacia el futuro, y no quiero
tomar decisiones, responsabilizándome de mis actos, mis piernas y mis pies me
“ayudan” a mantenerme quieta. Si no quiero tomar ninguna decisión, ¿qué hace mi
cuerpo? Me fuerza a mantenerme quieta. Cuando no ando, no me duele el cuerpo.
Cuando ando, se resiente. ¡Qué reflejo del alma!
Ahora, sólo debo observarme mejor. Aceptarme más. Reconocer más
mis sentimientos y emociones. Y, algo unido a ello, y que nunca se me olvida,
es dar las gracias cuando vuelvo a andar bien. ¡Qué goce! Aprende de tu cuerpo,
valóralo. ¿Eres consciente de la suerte que tienes por poder andar? Decido
dejar de tambalearme o de andar con miedo. Me dispongo a dar un paso tras otro.
Decidida, y segura de mí misma.
Celia Quílez.